Recuerdo una frase que leí que decía «lo sepamos o no, todos tenemos una filosofía«. En ese sentido yo añadiría que, lo sepamos o no, todos tenemos un ideal, una idea de cómo deberíamos ser, de cómo debería ser mi relación de pareja, la relación con mis hermanos/as, con mis hijos/as, con mi jefe/a, etc..

Este ideal suele ser prestado, es decir, suelen ser ideas aprendidas de otros/as, normalmente los padres y madres, sobre lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo.

El problema es que conforme vamos creciendo la realidad suele distar bastante de nuestro ideal. Mi relación de pareja no es tan pasional como debería ser, la relación con mis hermanos/as o con mis padres es más distante de lo que debería ser… y, en ese momento, me siento mal, culpable, incómodo/a porque hay algo que no va bien, algo que no es como «debería ser».

Me esfuerzo por encajar la realidad en mi ideal, pero no lo consigo. Aparece la frustración, el enfado, la exigencia, el cansancio, la tensión y eso normalmente no ayuda mucho a cambiar las cosas porque, cuando se trata de relaciones, los cambios «a la fuerza» no suelen ser muy efectivos.

Si consiguiéramos pararnos un momento, respirar y cuestionar estas creencias respecto a cómo debemos ser, o cómo deben ser los demás. Si, por un momento, consiguiéramos mirarnos y mirar al mundo con los ojos de un niño/a, sin juicio, sin «deberías», podríamos ajustarnos mucho mejor a una realidad imperfecta pero fascinante, que está en continua transformación.

Si en vez de pelearnos con la realidad comenzáramos a aceptarla tal y como es, si valoráramos y celebráramos lo que hay, aceptando que lo que no es, lo que no somos puede ser un objetivo a conseguir pero nunca un motivo de sufrimiento, entonces podríamos abrirnos a la prosperidad, al cambio, a la transformación desde la aceptación.

Esto no equivale a resignación, puesto que es legítimo y deseable aspirar a mejorar, pero siempre desde el amor al momento presente, a lo que soy, a lo que eres, a lo que somos.

Como en aquella época dorada, si hiciéramos el amor en vez de la guerra con el momento presente, la realidad se tornaría una amante colaboradora, puesto que ambos buscamos lo mismo. De poco sirve que te enfades con un árbol porque no crece tan rápido como tú quieres, o que no da tantos frutos como deseas. En vez de eso aprende a amarlo, a comprender lo que necesita y «en la medida de lo posible», dárselo, dártelo.

Lo que no es, lo que no somos puede ser un objetivo a conseguir pero nunca un motivo de sufrimiento

David Salas, Director y Fundador de CuatroVientos